Antiguamente, se creía que en el aire debía existir un compuesto, además del oxígeno, que no servía para la respiración y hacía que la llama se apagase. Los primeros textos que hicieron mención fueron en el siglo VIII de Mao khoa.
Ya en el siglo XVIII, se tenía claro que el aire estaba formado por dos sustancias, una irrespirable, que quedaba absorbida o fijada por la cal y la magnesia, y por eso recibió el nombre de “aire fijo”; y otra que mantenía la llama, respirable, con múltiples nombres. Los dos tipos de sustancias los estudió Stefan Hales, exponiendo que el aire fijo no se podía respirar por la falta de elasticidad de sus partículas. La tesis de Joseph Black se baso en el estudio de la fijación del aire o gas silvestre. Joseph Black fue profesor de medicina en Edimburgo y maestro de Daniel Rutherford, al que se le reconoce como "descubridor" del nitrógeno en 1772, gracias a su trabajo de doctorado sobre el aire residual no absorbido por la magnesia.
En la historia, el nitrógeno, ha recibido muchos nombres. En 1701, Lavoisier lo denomino “Azote” que significaba “sin vida”. Priestley lo llamó “aire quemado” y “aire flogisticado” en 1772. Scheele, más tarde, lo llamó “aire sucio” en 1775. Finalmente en 1790, por Juan Antonio Chaptal, se le llamó por el nombre que se conoce hoy en día Nitrógeno.
En la actualidad, se sabe que el aire de la atmosfera terrestre está compuesto por Nitrógeno en una proporción de un 78%
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